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Con la llegada de celebraciones como la Navidad y el Año Nuevo, los cielos se llenan de luces y estruendos. Para muchos, los fuegos artificiales representan un momento de alegría y festividad, pero existe una cara menos visible de esta tradición: el profundo impacto que tienen en personas con hipersensibilidad auditiva y en nuestras mascotas.
Está demás decir lo atípica que fue la despedida de año con el apagón general, evento que me obligó a descartar cualquier plan de celebración y a optar por permanecer en mi casa. Como dueña, o mejor dicho “staffer”, de tres gatitos, año tras año enfrento la preocupación de cómo proteger a mis mascotas del impacto de los fuegos artificiales y disparos al aire típicos de esta época festiva.
Ocurrió lo usual… mis mascotas corrían despavoridas buscando dónde esconderse del ensordecedor ruido causado por la pirotecnia. Terminé “refugiada” en el suelo de mi baño, hasta pasada la 1 de la madrugada, junto a mis gatitos que no dejaban de temblar y maullar por el pánico que les provocaban los fuegos artificiales. Así fue mi despedida de año.
Pero hubo quienes, como mi amiga Nancy Santiago, no tuvieron tanta suerte. Nancy, como muchas familias puertorriqueñas, se encontró ante el cuerpo sin vida de su perrita luego de haber corrido en estado de pánico buscando huir del terror que le provocaron los fuegos artificiales. Murió de un ataque al corazón. Como esta hay muchas historias en las redes sociales.
Los perros y los gatos, compañeros cercanos de los seres humanos, son particularmente vulnerables al estrés causado por la pirotecnia. Su sensibilidad auditiva es mucho mayor que la nuestra; un ruido que para nosotros puede ser molesto, para ellos puede ser ensordecedor y aterrador. Las consecuencias van desde taquicardias y ataques de pánico hasta intentos desesperados por huir, que a menudo terminan en accidentes.
Un ejemplo ilustrativo es el caso documentado de miles de aves que caen muertas tras espectáculos de pirotecnia en diversas ciudades del mundo. El daño no solo es ecológico, sino también moral: estamos perturbando ecosistemas enteros por entretenimiento.
Este escenario plantea una reflexión: ¿vale la pena sacrificar su bienestar por unos minutos de espectáculo visual y sonoro?
Ante este panorama, urge replantearnos cómo celebramos, nuestros rituales y actos festivos. En varias ciudades del mundo, se ha comenzado a sustituir la pirotecnia tradicional por espectáculos silenciosos o shows de drones iluminados, opciones que combinan tecnología y creatividad sin causar estragos en el entorno natural ni en los animales. Estas alternativas no solo son más sostenibles, sino también inclusivas, al considerar a personas con hipersensibilidad auditiva o trastornos como el espectro autista, quienes también sufren con los estruendos.
Reducir el uso de fuegos artificiales es una decisión que requiere la participación del gobierno, municipios, empresas y ciudadanos. Las regulaciones que limitan su venta, los incentivos a alternativas ecológicas y las campañas de concienciación son pasos clave. Sin embargo, el cambio también comienza en casa: elegir no comprar pirotecnia y educar a las futuras generaciones sobre los costos ocultos y el impacto a la vida de esta práctica es fundamental.
Al final, celebrar no debería implicar sufrimiento para quienes no tienen voz. Este Año Nuevo, hagamos un esfuerzo colectivo para que nuestras tradiciones evolucionen hacia un modelo más empático y respetuoso con todas las formas de vida.
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