Por Lcdo. Ariel Nazario, ex secretario PPD, Ex comisionado electoral PPD
Me provoca un poco de incredulidad el que existan personas que piensen que una primaria política no provoca divisiones; contrario a la ausencia de primarias que lo que provoca es rompimiento (o la famosa “ruptura” de Willie). El PPD es por naturaleza, un partido compuesto por diferentes grupos e intereses, tanto así que fue vehículo para el surgimiento de una nueva clase. La diferencia está en que bien administrado conlleva adhesión a una filosofía que implica laborar y construir un mecanismo capaz de armonizar las diferencias, pero jamás con capacidad o intención de hacer desaparecer lo que nos diferencia: incluyendo a los que somos soberanistas.
No puede validarse esfuerzo alguno que intente convertir a un@ en otr@; se exploran rutas de convergencia, pero al final prevalecen los principios por encima de componendas o reclamos de unidad vacíos. No es momento de preocuparse por el silencio sino de auspiciar el ruido, el intercambio de ideas, la búsqueda incesante de soluciones; no acuerdos de paz que no son sino signos de miedo.
No se piense que el furor del evento electoral, es decir el proceso democrático, es el culpable de la desunión. El debate es solo un mecanismo de discusión ideas. La desunión o la división, así cómo la decadencia, son producto de razones mucho más profundas que una garata porque la mitad de la militancia que decidió ir a votar, voto a favor de uno, y la otra mitad, de otro. Ah. Y sin olvidar la otra, cuyo nivel de movilización en sectores del área metropolitana hay que examinar y hasta dónde sea posible, desmenuzar, para aprender lo que es la implantación de un proyecto electoral de “raíces”.
El proceso primarista lo vemos desde dos puntos de referencia. El estrictamente electoral, que además de servir para estimar cuánta fortalece tiene un@ u otr@, sirve para diagnosticar los problemas de capacitación de funcionarios, particularmente cuando el método utilizado fue el más tradicional de todos: palito a palito. Podemos ver el problema, si alguno de actualización de listas electorales, o posiblemente, de necesidad de ir a reincorporar en el padrón electoral a gente que hace tiempo no pasaban por la urna. Podemos ver cierta incapacidad (o dejadez) en poder garantizar la transmisión de 236 resultados de una papeleta simple, en una isla 100 x 35 y dónde hay señal hasta donde – como decía Justo Méndez en el aula de Ciencias Sociales en 1967, “el diablo pegó tres gritos”.
El evento también nos ha revelado algo que es posiblemente el mayor reto para el trabajador electoral: el hacer lo que esté a su alcance por mantener su imparcialidad en los procesos internos de la colectividad. No lo digo para que ahora salgamos corriendo a redactar un decreto de “violadores”, o para justificar amenazas de paralizar procesos o resoluciones que parecen salomónicas pero que esencialmente no complace a nadie. Lo digo para que esté clara la lección. En 1994, el hecho de que funcionarios de la Oficina del Comisionado Electoral de entonces, se envolvieron en la contienda primarista presidencial, le costó una crítica pública e injusta – en Caguas - frente a todo el liderato, al entonces comisionado. Días después, el puesto. Algunos de los verdaderos responsables entonces, están todavía por ahí contando o diciendo cómo se debe contar.
¿En que se diferencian los candidatos? ¿Qué les sobre o falta? ¿Cómo cada uno de ellos marchará por el derrotero de encaminar al PPD en su ruta, no como uno más sino como único? ¿Cuál es la razón ideológica o programática que separa a uno del otro? ¡Ojalá y siga la discusión y el debate!
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