No fue casualidad, aunque pocos lo hayan percibido, ver al abogado del PPD tratar de dibujarle un mapa al juzgador de cómo atender el reclamo de la coalición PIP-MVC sobre las candidaturas coaligadas. Incluso, nadie menciona y posiblemente porque para algunos pudiese ser un asunto de “vida o muerte”, la tranquilidad conque la representación legal del PPD echó a un lado todos los cuestionamientos jurisdiccionales y diciéndole al Poder Judicial, que decida, que hay reglas, que no se preocupen tanto por si es o no una mera opinión, pues tarde o temprano el asunto tendrá que ser atendido por el máximo foro del Poder Judicial. Tampoco puede descartarse que la “imaginación” de alguien lleve a la radicación de legislación específicamente derogando la prohibición y que la discusión termine en los hemiciclos camerales.
Y no fue casualidad, en primer lugar, porque en efecto solo el Partido Popular Democrático ha sido capaz en nuestra historia de enfrentar y derrotar dos y más coaliciones. No sólo, eso, uno de los pocos capaz de convencer al adversario del concepto de estado de necesidad que conlleva prestar el voto, particularmente cuando había que enfrentar al “gobierno araña que todo lo daña”.
En segundo lugar, es una realidad que las coaliciones pueden darse de varias formas: para promover candidaturas, o para promover ideas. Y en forma alguna debe extrañarnos que pudiésemos estar inmunes al convencimiento de sectores independentistas de la legitimidad de administrar la colonia ante el diluido logro descolonizador o de “crecimiento”, según sea el caso de quienes exigen acción en relación con las relaciones político-legales entre PR y los EUA. Y entonces el abogado del Partido Popular Democrático le dice al tribunal que le corresponde a la Rama Judicial determinar la gravedad o ámbito de las limitaciones impuestas al derecho de asociación. O sea, está advirtiendo que el proceso adjudicativo no es una mera valoración de las virtudes de la propuesta asociación o si son caprichos de uno u otro partido incluyendo el cantaleteado “bipartidismo”, sino sobre la autoridad del Poder Judicial para invalidar el ejercicio del Poder Legislativo y sacudir la doctrina de separación de poderes.
Ahora, siempre sobrevive la que creo es la pregunta más importante, de “conciencia”, que tiene que formularse el Partido Popular Democrático. La misma es la realidad histórica: el Partido Popular Democrático se ha enfrentado antes a coaliciones de todo tipo: sofisticadas, politiqueras, conservadoras y fundamentalistas, y las ha derrotado en forma apabullada. ¿Será que como no somos capaces de derrotarlas las prohibimos? ¿Si se derrotaron antes porqué temerles? ¿De qué no se es capaz ahora, que fuimos antes y ahora vedamos?
Hace rato que, por razones buenas y malas, hay una tendencia a la erogación en la fortaleza (militancia) de los partidos tradicionales. Creo que ello es una manifestación de la realización de la debilidad del sector descolonizador ante el avance de políticas de dependencia económica y limitaciones a la facultad y ámbito de gobierno propio. Ese avance incluye el haber socavado ideológica y filosóficamente a movimientos políticos comprometidos con el desarrollo económico y la autosuficiencia del archipiélago puertorriqueño. En realidad, se trata de justificar la supervivencia de una organización política a base de victorias fabricadas gracias a su confusión con otros, es decir, mayorías artificiales (por no decir una nueva fuerza bipartita).
Creo que el apellido del Partido Popular Democrático es la solución a toda aquella parte de la confusión que provoca la discusión. Lo importante es que el PPD pueda reconciliar sus objetivos políticos con su base filosófica. Eso se empieza promoviendo desde ya el debate de ideas y propuestas a todos lo niveles de su organización: en marquesinas, en centro comunitarios, en barras y en el hogar. Se fortalece exhortando la multiplicidad de candidaturas, provocando la participación reconciliatoria, exigiendo transparencia y apertura, compeliendo el flujo de ideas concretas. Lo más importante es romper la camisa de fuerza con que nos coarta el miedo, el oportunismo y el conformismo individual; los nuevos mercaderes del templo.
Ya hemos “dado y cogido” bofetadas antes. Es cuestión de definir los propósitos y no perder tiempo en juegos de poder pues el país peligra.
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